Guillermo es un monje delgado, de aspecto huraño. Embutido en su túnica y tapado el rostro por la capucha, su imagen casi asusta. No obstante, es un personaje popular entre los pobres de Huesca y su entorno. Como cada cuatro de junio, un grupo de menesterosos espera en la puerta del cenobio. Ya hace años que el rey Pedro I estableció que, tal día como hoy, varios pobres comerían a costa del monasterio, en recuerdo de la muerte de su padre, el rey don Sancho.

Guillermo ha subido la cuesta, arrastrando más que ayudado, con el borrico en el que transporta la comida de ese día. Tras dejar el animal atado en una argolla bajo la torre albarrana, entra por la puerta principal del castillo. Después de superar el zaguán y las entrepuertas, llega al primer claustro, espacioso y con un aljibe en el centro que recoge el agua de la lluvia. Desde el sobreclaustro, otro monje mira a Guillermo. En los ángulos, las puertas del palacio abacial y las casas de los canónigos chirrían al cerrarse.

Desde este claustro pasa a otro, más pequeño, con capillas dedicadas a La Visitación, San Lorenzo y San Martín. En esta última, habilitada para sala capitular, el abad observa con detalle unos centenarios privilegios concedidos por uno de los primeros reyes de Aragón. Allí descansan, también, sus antecesores en el cargo. En el cuarto ángulo, una puerta comunicaba con la capilla. Desde aquí, también, se accedía por otra al refectorio de la comunidad. Guillermo llega a un tercer claustro que da a la puerta de las casas de los canónigos y la biblioteca.

Nuestro monje retrocede sobre sus pasos y penetra en la iglesia. Entre la penumbra, con escasas ventanas y recios muros, unos monjes se afanan en decorar con frescos las paredes del templo. Bajo la iglesia, en la cripta, descansan los restos de Alfonso I. Guillermo se arrodilla frente al sarcófago y reza, como hace cada cuatro de junio, en memoria de los reyes aragoneses.

Este texto lo he publicado ya varias en este blog. Para hacerlo solamente hace falta que me acuerde de la fecha para que aparezca el delgado monje. Ahora, más alegre por los trabajos de recuperación en el castillo-abadía. Amén

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