
Hubo que esperar un tiempo, pero el puente de Fornillos volvió a la vida, aunque ahora no una dos orillas de un río. Comenzó todo el año pasado, cuando el invierno daba paso a la primavera. Como ahora. Su uso ornamental le permite servir como arco que enmarca la siempre atractiva silueta del Salto Roldán. Forma todo una curiosa imagen al lado de la pieza de regulación del Flumen, el río que paso bajo su bóveda durante siglos. Seguramente, en más de un momento, también lo hizo por encima. Seguro.
Plantas silvestres y escuetos olivos son compañeros de viaje en una época distinta a la de su construcción o a la del dilatado tiempo de utilidad con gentes y mercancías de uno al otro lado del río de nombre romano. Abajo, para sorpresa de incrédulos, el embalse de Montearagón atesora la mitad de su capacidad de embalse. Está proceso de carga para ver cómo responde la obra. Al fondo, Guara, con la cumbre blanca tras las últimas nevadas, vigila. Aunque no lo parezca.





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